sábado, 13 de febrero de 2010

No tan Invictus


La fortaleza del cine de Clint Eastwood reside en la equilibrada contradicción entre el carácter contemporáneo y descarnado de los temas que narra y la forma clásica en que los narra. Adulterio, pedofilia, eutanasia, racismo, antipatriotismo... Es como si los especialistas en dramas clásicos de los años 50 y 60 se hubieran liberado del peso del macartismo y pudieran llamar a los temas por su nombre, pero manteniendo la elegancia formal adquirida en el persistente ejercicio de la elipsis. Esta contradicción no es más que el reflejo de la propia persona pública de Eastwood, un viejo vaquero republicano ablandado en cuestiones progresistas tras décadas de supervivencia en una industria habitada por presuntos artistas. Un conservador ecologista que gusta de escandalizar a propios y ajenos.

En Invictus -un biopic sobre los comienzos de Nelson Mandela como presidente de Sudáfrica, y su hábil utilización del Mundial de Rugby de 1995 como un medio para la reconciliación nacional- no hay rastros de esta contradicción vital porque ha desaparecido uno de los términos de la ecuación. Persiste la forma de narrar, pero el tema, si bien contemporáneo, es demasiado ajeno al mundo de Eastwood. Toda su capacidad habitual de irritar y, a la vez, hacer cómplice al espectador en el tratamiento de personajes y situaciones es reemplazada aquí por un respeto reverencial a la historia.

Eastwood ya había incluido elementos biográficos en otros films (en Bird y, de manera menos evidente, en White Hunter, Black Heart), pero en esas ocasiones contaba con la ventaja de que sus sujetos narrativos (Charlie Parker, John Huston) ya habían muerto y, además, carecen de la dimensión política de Nelson Mandela. Ambas circunstancias le daban un espacio considerable para adaptar la verdad histórica a sus necesidades expresivas. Ese espacio no existe en Invictus. El Mandela que presenta Eastwood es un prócer de enciclopedia. Peor suerte le toca al capitán de los Springboks, François Pienaard. Es comprensible que los líderes deportivos no estén dotados del don de la elocuencia, pero el caso del personaje que encarna Matt Damon es tan preocupante que uno no puede dejar de preguntarse por qué los guionistas no rompieron por lo menos alguna vez las reglas del apego histórico para sacar un poco más de jugo en alguna escena.

El film tiene sus momentos emocionantes, como los tiene cualquier telefilme de tema deportivo, si uno se deja llevar. Se llama Invictus, pero curiosamente es una derrota, si bien una menor, en la larga serie de victorias de Eastwood.