sábado, 15 de diciembre de 2012

Digresiones sobre Una pistola en cada mano (Cesc Gay, 2012)




Seis conversaciones fortuitas sobre el amor y sus desviaciones, mantenidas de a pares entre una docena de cuarentones progres a lo largo de un día en Barcelona.

Dos de ellos (apropiadamente, dado que es una película donde la gente no hace más que charlar) son argentinos: Leonardo Sbaraglia y Ricardo Darín, ambos resucitando los correspondientes personajes escénicos que vienen cultivando hace décadas.

El elenco es un "All-Star Team" de la Edad Media Ibérica: Luis Tosar, Eduard Fernández, Javier Cámara, Candela Peña, Eduardo Noriega, Leonor Watling, Jordi Mollà, Cayetana Guillén Cuervo...  

Imagino que a Cesc Gay le habrán llamado mil veces "el Woody Allen español". El principal argumento para defender este mote es la manera en que atrae actores conocidos que aceptan trabajar en un entorno coral en pie de igualdad. Aunque el estilo visual de Gay es más contemporáneo que el de Allen, el detalle de ordenar alfabéticamente los nombres de los actores en los créditos sugiere que le une con el director estadounidense una manera similar de entender el rol de los intérpretes.

No hay más acción que el flujo de la conversación. No hay sexo, aunque se habla mucho de él. Los únicos contactos son algunos besos de salutación y algunos abrazos de despedida. No hay persecuciones en coche, aunque hay algunos personajes persiguen a otros y en un momento aparece un coche en movimiento. No hay violencia, aunque se habla ocasionalmente de ella. No he visto En la ciudad, pero por lo que he leído imagino que son obras muy relacionadas.

El guión es un poco "misándrico". Perdón por el neologismo; me refiero a una condición opuesta a "misogínico" (otro neologismo, por cierto). Pero es un guión que también da a los actores espacio y libertad para desarrollar sus personajes. Y los actores aprovechan la oportunidad. Alguno se quejará de que es una obra "teatral" (por su abundante diálogo) o "televisiva" (por su modesta producción). Pero tiene un detalle dramático en los primeros planos de los actores que está fuera del alcance del teatro, y una sana morosidad en el desarrollo de las escenas que la televisión no se puede permitir. 

En fin: muy buena. Lo único malo es el título. Tiene sentido en el contexto de la obra, pero suena vulgar y, lo dicho, "misándrico".